Seguramente te sentirás identificado/a si has empeorado después de seguir un protocolo determinado para mejorar tu microbiota intestinal. Si te sientes perdido/a, en este artículo te lo explicamos.
La microbiota intestinal está formada por una población de microorganismos (bacterias, hongos, parásitos, arqueas, virus…) que habita en nuestros intestinos, sobre todo en el intestino grueso o colon. Se le han reconocido varias funciones al organismo, aunque las principales son: protectora, para prevenir la colonización de otros microorganismos patógenos; inmunomoduladora, estimula y regula el sistema inmunitario y digestiva: ayuda a digerir alimentos y absorber nutrientes. Otras funciones secundarias, pero no menos importantes son: proporcionar energía, a través de los ácidos grasos de cadena corta (AGCC) y producir vitaminas, tales como la B y K.
Ahora que ya conocemos qué es la microbiota intestinal y qué funciones ejerce en nuestro organismo, vamos a ver qué factores pueden alterarla. Los factores que seguramente ya conozcas son la alimentación y la medicación (p.ej. antibióticos) o suplementación (p.ej. probióticos). Sin embargo, déjanos decirte que estos no lo son todo. Puede ser que estas sean las dos opciones más recurridas cuando vemos que “algo” le pasa al sistema digestivo que hace que no funcione como debería. Pero, si únicamente estos dos fueran los responsables de restablecer por completo nuestra microbiota intestinal, ¿por qué en algunas ocasiones se siguen presentando síntomas después de recibir un tratamiento específico?
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- El sueño de calidad es fundamental para que la microbiota pueda repararse. Por ello, evitar la exposición a pantallas antes de dormir es una herramienta muy interesante para crear un ambiente que propicie el descanso. Además, se ha observado que la regularidad del sueño ayuda a mantener un equilibrio en nuestro reloj biológico interno y, por ende, afecta positivamente a la diversidad de la microbiota intestinal.
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- El estrés físico o emocional mantenido en el tiempo tiene un impacto directo a nivel digestivo: altera la motilidad intestinal, aumenta la permeabilidad intestinal y altera las bacterias beneficiosas. En este sentido, el ejercicio físico ha demostrado contribuir en la diversidad de la microbiota intestinal, un marcador de salud. Por este motivo, recomendamos realizarla de forma habitual, aunque siempre adaptada a cada caso en particular.
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- El grounding, o también llamado earthing, consiste en la práctica de caminar descalzo/a sobre la tierra, arena o hierba para contactarse con la energía de la naturaleza a través de los pies. Numerosas investigaciones han demostrado que mejora la inflamación en todo el organismo, la cual es el origen de numerosas enfermedades. Además, esta práctica contribuye a reducir el estrés y a mejorar la calidad del sueño.
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- Quizá la planificación de tus tareas diarias, semanales o mensuales también te ayuden a liberar cierta tensión mental y, en consecuencia, reduzcas el cortisol y el estrés.
Podríamos añadir muchos otros factores, porque, en definitiva, todo nos afecta. De aquí, la importancia de no solo focalizar el tratamiento en dieta y suplementación y descuidar todo el resto de aspectos que pueden estar influenciando. Con esto, no queremos pretender que todos los factores nombrados se tengan que cumplir a la perfección, si no ser conscientes de ello ya es un primer paso; y, el segundo, es ponerlos en práctica en la medida de lo posible.
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